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Pablo Pérez López. Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Navarra y anteriormente de la Universidad de Valladolid hasta 2013. Actualmente dirige el departamento de Historia y es director científico del Instituto Cultura y Sociedad. Su investigación actual se centra en la historia de la transición a la democracia en España, historia europea comparada e historia cultural. Es miembro de la comisión académica de la Fundación Transición Española, de la junta directiva de la Asociación de Historiadores del Presente, de los consejos científicos de la Asociación de Historia Actual y del Instituto Histórico San Josemaria Escrivá (Roma).
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27 de octubre de 2023. 19:30 horas
- Presencial: Palacio del Conde Luna
Sinopsis
En un intento de buscar claves en el pasado para entender el presente, el catedrático de Historia contemporánea de la Universidad de Navarra, Pablo Pérez López, analiza el movimiento de Mayo del 68 a fin de comprender la cultura woke.
Remontándose a mediados de los años 60, el citado profesor constata que en aquella época se dio la tasa mundial de fecundidad más alta conocida en la especie humana -contabilizada desde mediados del siglo XVIII-; es decir, nos encontramos, en esas fechas, con la población más joven -nacimientos e individuos- de la historia. Este hito es fundamental para comprender los hechos del 68; una población muy joven, y la idea de «lo juvenil» —un concepto que todavía persiste-—, el idealismo, y la contracultura, como nueva forma de entender el mundo, una concepción que nace en Estados Unidos.
El movimiento de la contracultura americana es el preludio de la revuelta del 68 europeo. Se trata de un movimiento social que denuncia una manera de vivir injusta e hipócrita. Reivindicaciones antirracistas como la del «I am a man», desencadenan otros movimientos de reivindicación social en las universidades fundamentalmente de la costa Oeste, en donde estudiaban jóvenes de familias acomodadas norteamericanas. Estos jóvenes viven en un ambiente reivindicativo contra las autoridades que cometen injusticias, y consideran que esas exigencias son normales en una sociedad democrática.
En 1964, en la Universidad de Berkeley (California), se organizan mesas de cuestación para pedir por causas como la de los derechos civiles —antirracistas. La Universidad rechaza esas mesas por considerarlas reivindicaciones políticas, y en contra de sus estatutos. La respuesta de los estudiantes entra en una dinámica de radicalización retórica —«el sistema está podrido»—; y amenazan con que si no lo cambian ellos van a romper el sistema. Los estudiantes toman uno de los edificios de la Universidad y la policía los desaloja, en lo que aquellos considerarán un acto de represión. La revuelta se ha hecho masiva, se añaden también profesores, y adquiere una dimensión nueva, en donde ahora se pide un cambio del sistema. Aquí nace —y conecta con la cultura woke—, el Free Speech Movement (FSM, Movimiento por la libertad de expresión), un movimiento que reivindica la libertad absoluta del discurso y también de la acción.
Al FSM se le unen otros movimientos como el de la lucha pacifista -contra la guerra del Vietnam-, y la cultura hippie -Summer of love de San Francisco, 1967-. Y así, este estado de subversión salta a Europa, a través de Francia, en 1968, a raíz de unos incidentes en una residencia de chicas de la Universidad de Nanterre, a las afueras de París, que fueron asaltadas por estudiantes de unos colegios mayores de chicos, pidiendo «facilidades sexuales».
El incidente generado era peculiar, ya que no estaba enraizado en las instituciones organizadas de la izquierda francesa. Sin embargo, los estudiantes se organizan y manifiestan -movimiento del 22 de marzo-, por una causa retóricamente bien presentada: el anti-imperialismo, la causa de la libertad. Los estudiantes se manifiestan contra el Partido Comunista, a quien acusan de traidor a su causa. Se trata de una revolución que fue fotografiada de forma muy artística y publicitada con lemas magistrales: «Il est interdit d’interdire» (prohibido prohibir), «Soyez réaliste. Demandez l’impossible» (Sea realista, pida lo imposible).
Lo que en un principio era una protesta estudiantil, con el Partido Comunista en contra, pasa a ser general. Se unen los sindicatos, y posteriormente también el Partido Comunista, poniendo en el punto de mira al presidente de la República, Charles de Gaulle. La revuelta ya es social, y apunta a la política. En el mes de mayo de 1968, el país, a causa de las huelgas y revueltas, se paraliza. Se trata de crear un gobierno popular, pero De Gaulle se compromete, una vez restablecido el orden, a convocar elecciones. Sorprendentemente, las elecciones convocadas fueron ganadas por de Gaulle con la mayor ventaja de la historia francesa. A pesar de parecer que la revuelta de mayo del 68 había sido un mal sueño, esta revuelta ha podido ser la más influyente del siglo XX, y la que más ha marcado nuestro tiempo, porque no cambió la política, sino los modos de vida.
La revuelta de Mayo del 68 está conectada con la crisis de ideas que se vivió en Europa a principios del siglo XX, como se puede constatar a través de varios autores:
Ortega y Gasset, en su libro La rebelión de las masas (1927) describe los rasgos del «hombre masa»:
- Libre expansión de sus deseos vitales.
- Radical ingratitud hacia cuanto ha hecho posible la facilidad de su existencia.
- Psicología del «niño mimado».
- Le gustan las ventajas de la civilización, y como cree que le son debidas, las disfruta sin importarle destruirla.
Gilbert K. Chesterton, en su conferencia Culture and the Coming Peril (La cultura y el peligro que viene) (1927), advierte que uno de los mayores peligros de la sociedad occidental, por encima del bolchevismo, es la “chabacanería”, la vulgaridad, y entiende que viene de Estados Unidos. Estas predicciones se cumplen en Mayo del 68; se ve en los argumentos raíz de la revuelta y en los nuevos modos de vida que se van a dar desde entonces.
Aldous Huxley, en su libro Brave new world (“Un mundo feliz”) -una distopía en donde los hombres se fabrican-, transmite la idea de no querer una anarquía, pero sí las ventajas de una libertad anárquica (con sexo irresponsable y drogas como elementos integrantes), bajo la estrategia de mantener «el cascarón de la democracia», para que sus ideas no fracasen. Esta ideología es la herencia de Mayo del 68.
Una de las ideas que se imponen en el Mayo del 68 en la sociedad es que si quieres ser alguien que progresa tienes que transgredir las normas. Esto en sí mismo es un absurdo, ya que lo que te convierte es en un hombre que destruye, no que construye; no es propiamente una definición de progreso. Sin embargo, ha calado en la cultura contemporánea. Como hay que mantener la convivencia, lo que se hace es mantener las estructuras de las democracias occidentales, para permitir que el sistema siga funcionando. Eso sí, los dogmas de la revolución final (del 68), especialmente en cuanto a los modos de vida, no se pueden cuestionar. Si los cuestionas estás fuera del sistema. Esto es el comienzo de la cultura woke, la denuncia de discursos que no se pueden hacer porque serían ofensivos para algunas minorías.
Otro de los legados clave que deja la transformación de Mayo del 68 es la revolución sexual, que se evidencia en la separación de la procreación y el sexo; se trata de un cambio moral extraordinario. Una mayor libertad, para los humanos, es siempre buena, lo mejor que tenemos los humanos es la libertad, pero siempre se puede utilizar para hacer el mal. Un ejemplo de este cambio está en la vida de Pablo VI, que fue un papa muy apreciado por la intelectualidad francesa hasta que escribió la encíclica «Humanae Vitae» en el verano de 1968, en la que se manifestó en contra del uso de los medios anticonceptivos. Poco después, en Francia, se aprobaba el proyecto de ley en donde se legalizaba la píldora anticonceptiva. La Iglesia católica, en ese momento, estaba muy dividida sobre este asunto; y esa ruptura del catolicismo es uno de los elementos clave, que arrancan del 68 (postconcilio), y transforman la cultura europea en este ámbito.
La cuestión sexual no es algo baladí. El sexo no es sólo un instrumento de reproducción. Como todo en el hombre, es una realidad cultural, y además está vinculada a la transmisión de la vida y a la relación afectiva de los esposos: está en el núcleo de lo que son las sociedades. Si esto se rompe, se rompe la base de la capacidad de convivencia, y esto es lo que les está ocurriendo a las sociedades contemporáneas. Se produce una paradoja tremenda, pues cada vez tenemos más facilidades de comunicación externas y cada vez resulta más difícil que nos comuniquemos entre las personas. Incluso dentro del matrimonio la comunicación de la que la vida sexual y afectiva son instrumentos o manifestaciones está rota en muchos casos, como consecuencia de que se ha convertido en un instrumento aislado de disfrute individual. Y esto provoca un creciente egocentrismo en las sociedades contemporáneas: las personas son cada vez más elementos preocupados por sí mismos. Como dice el sociólogo norteamericano Cristopher Lasch, «las personas son cada vez más narcisistas»; y se advierte en que cada vez tenemos menos capacidad de atender y de escuchar.
No son coincidencias, son consecuencias de un planteamiento de partida. Ese narcisismo va acompañado de un relativismo que nos hace tolerantes en todo menos en ciertas definiciones de cómo van a ser las cosas. Cuando no existen principios, lo único que queda son preceptos. Si retiras los principios en los que se asentaban las sociedades occidentales, lo que queda son los preceptos legales, y por eso en las sociedades actuales la gente protesta queriendo que se imponga como precepto lo que ellos consideran que debe ser la guía moral. Esa es la base de la cultura woke, la cultura de la denuncia de la injusticia. Por ejemplo, algunos, frente al derribo de estatuas de Colón, se preguntarán, ¿qué tiene esto que ver con la cultura woke? ¡Tiene mucho que ver! Están diciendo que no les gusta la idea colonial del pasado, y como desconocen realmente la historia de Colón, pero sí superficialmente lo que significa el colonialismo —siempre un acto de injusticia agresivo de pueblos desarrollados sobre pueblos menos desarrollados—, destruyen estatuas como la de Colón, con impresionante intransigencia. Esa intransigencia es necesaria para una sociedad en la que no existen principios sino preceptos. Las normas que ellos quieren han de ser impuestas, si es preciso, por la fuerza.
Estos casos están proliferando en universidades norteamericanas, y también españolas. Se fijan dogmas que se establecen como normas, que no pueden ser violadas; se crea una minoría protegida por ese dogma político, que se impone en cada momento, y el dogma se convierte en intangible. Esto, por ejemplo, conduce al rechazo del pasado, o a esa cultura de la acusación en que consiste la cultura woke.
Se preguntarán si de verdad la cultura woke está vinculada al movimiento del FSM de 1964 del que comenzamos hablando. En un artículo de 2014, Sol Stern, uno de los hombres que participó en el movimiento del “Free Speech Movement”, expone que aquel germen del 64 era extraordinariamente totalitario. Tenía nombre de libertad, se ejercía en nombre de la libertad, pero era una matriz de un sistema totalitario. Lo que importa son las personas que lo dicen: de qué clase son, de qué raza son, de qué sexo son, de qué orientación sexual son, y lo pueden imponer. Y quienes no compartan los nuevos dogmas no tienen derecho a participar en la vida social. Como en el ejemplo anterior, no tienen derecho a hablar en la universidad.
Los jóvenes del 68, deslumbrados por el lenguaje y ajenos al contenido, apoyaban la revolución cultural de Mao, que fue una gran purga de sus adversarios y que destruyó la educación durante 6 años. En contrapartida, la China de Mao fue el único estado que apoyó las revueltas del 68, no así Rusia, que se manifestó completamente en contra.
Los movimientos revolucionarios a partir de los años 60 inciden sobre todo en cuestiones culturales. Esta forma tiene una ventaja para los gobiernos de la nueva izquierda que es que las cuestiones culturales son más baratas. Es más barato despenalizar el aborto o financiar la píldora anticonceptiva que mejorar la educación, la defensa o la economía. Como forma de manipulación es casi un diseño perfecto.
El medio más poderoso de influencia social es la publicidad. Si ustedes piensan los deseos que tienen, si son sinceros, se darán cuenta que en gran parte los ha implantado en su cabeza la publicidad. Si quieren tener un móvil nuevo, un coche nuevo, ropa nueva, un tipo de comida distinta, prestarán atención o se dejarán asesorar por lo que les dice la publicidad; que además se lo dice con música, una música que en muchos casos es la banda sonora de nuestras vidas. Durante nuestra vida, lo que nosotros escuchamos con más intensidad es la publicidad.
Las ideas de los publicistas norteamericanos de los años 50 estaban casi agotadas; cuando vieron el movimiento de la contracultura se apuntaron a ese movimiento: hicieron de los hippies el nuevo sujeto de la publicidad. Uno se pregunta cómo una juventud tan idealista como la del 68 haya engendrado un mundo más materialista que el anterior. En el libro de Thomas Frank, La conquista de lo cool, se explica cómo la publicidad es el mayor canal de influencia social en la expansión de la contracultura norteamericana. Deja claro cómo uno de los canales privilegiados en que hay que incidir para transformar la sociedad es la publicidad. Eso explica por qué no pocos multimillonarios actuales se identifican con estas ideas, apoyándolas, porque esto es un gran negocio.
Como se ha comentado anteriormente la cultura woke viene del 68 que a su vez, tiene origen en la crisis de comienzos del siglo XX y en las consecuencias de la Primera Guerra Mundial. Los planteamientos no son nuevos, lo que es nuevo, es la financiación, y el apoyo que ahora tienen de los estados y de corporaciones muy poderosas. Es algo vinculado a los problemas del liberalismo, y el exceso individualista. La revolución sexual es una consecuencia de esos planteamientos filosófico/liberales. La valoración del hombre, y la idea de que tiene que ser autónomo responden a una verdad que se habría “vuelto loca” y habría generado el falso ideal de la autonomía individual perfecta, que conecta con el anarquismo. En la base están los problemas culturales de la Europa contemporánea, y de la modernidad europea. Es una crisis honda, radicada en una insuficiencia antropológica, por eso muy difícil de solucionar. La idea de qué son una mujer o un hombre, de qué deben hacer para ser felices, y cómo deben relacionarse con los demás no son preguntas sencillas con respuestas cerradas. Estas grandes cuestiones están detrás de lo que hemos descrito.
La historia tiene vaivenes, no sigue una evolución lineal. Los Estados Unidos son el modelo de democracia desde el siglo XVIII, la crisis que están viviendo es la más dura, grave e importante del siglo XX, y la consecuencia puede ser la pérdida de la hegemonía mundial, disputada ahora especialmente por China. China ha aprendido que pueden desarrollar la técnica del desarrollo material, pero no tiene porqué imitar los «desvaríos» de la sociedad occidental. El cálculo que hace China es que occidente se está hundiendo. Un caso análogo es Polonia, que en el 68 estaba bajo un régimen comunista: las restricciones de libertad que se impusieron y la Iglesia dando catequesis a través de las familias en las casas, mientras en la escuela se impartía lo contrario tuvieron un fruto inesperado. El comunismo polaco se hundió; y ahora Polonia se encuentra en una situación, dentro de una Europa, que resulta excepcional, hasta el punto de escandalizar a los guardianes de la corrección política en Brulselas. Los católicos polacos, “gracias” a la censura comunista, no recibieron la falsificación del Concilio Vaticano II que fue ordinaria en los medios de comunicación occidentales.
La historia pone ante los ojos que sobre el rico cae una maldición, la maldición de la ceguera. La sobreabundancia de bienes materiales le impide darse cuenta que la verdadera felicidad no está ahí, que esa no es la esencia del desarrollo humano ni el camino hacia su plenitud.
En los últimos 60 años la sociedad ha cambiado mucho, pero el pensamiento de occidente, actualmente, se puede afirmar que está marcado por los modos de vida difundidos en la revolución del Mayo del 68.
Más información:
https://www.academia.edu/43728538/Mayo_del_68_en_Francia_Los_hechos_y_su_trasfondo